Sunday, May 7, 2017

Enero

Me gustaría haber conocido a mi madre antes de casarse, haber viajado con ella a Europa y emborracharla con humo y anís, quitarle las maletas rosas, cansarla de bailar y cantar desafinada, bajarla de los tacones, rasgarle las medias y maldecir con ella con los pies desnudos sobre la mesa; decirle que el cabello suelto lucía hermoso en su cara despintada, que su figura perfecta de diosa blanca y sus cejas como arcos del mundo guardaban unos ojos sin secretos; que era hermosa, solo por serlo, sin necesidad de navajas, que la libertad dependía solo de ella, contarle que el amor no se viste de bata blanca, que a nadie le debía nada, que podía acostarse con quien le diera la gana, cuando le diera la gana, como le diera la gana, que si hubiera aventado la estirpe por la ventana siete años no se habrían convertido en olvido, que la confianza no siempre queda en familia, que lo más dulce viene de las vísceras y no se calienta a fuego lento, que las niñas son igual de chidas que los niños, que el mundo giraba por sus manos esperando que lo pintara con sus oleos, muchas cosas le hubiera abrazado, reído y contado, aun sabiendo que si lo hacía yo no hubiera nacido.

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